Siempre me ha interesado observar comportamientos individuales para aprender lecciones que pudieran ser generales. Quienes me conocen, saben que recurrentemente puedo dar ejemplos de un puñado de personas que admiro y que me parecen excepcionales. Esta es mi historia de una de ellas, quizás la más cercana a mi mismo.
Conocí a esta persona en mis primeros años de colegio, cuando aun todos somos niños inocentes, torpes e impulsivos. Él era un niño tímido e inseguro, pero misteriosamente amigable y resistente. Vivía cerca del colegio, y su casa fue la nuestra cuando quisimos. Muchas veces no merecimos ser invitados, pero la gentileza y los brazos abiertos de él y su madre son algo que no puedo olvidar. Sin duda, yo no hubiera tolerado el mal comportamiento y la falta de respeto que mostramos en más de una ocasión, pero ellos eran diferentes. Esa familia se sostenía siempre unida y calurosamente amable...envidiable.
Pasaron los años y esa amistad de niñez se fue convirtiendo en complicidad de juventud. Mientras yo diría que los demás ibamos creciendo y madurando a un paso normal, él iba ganando en confianza e influencia a pasos agigantados. Sólo en base a la misma receta, respeto, amabilidad y sinceridad. Pasó de ser tímido a ser extremadamente extrovertido, y de ser inseguro a proteger a los que estábamos junto a él. Creció también intelectualmente, tal como sus padres, y sus ganas de superación fueron difíciles de comparar. Cocinamos tacos, bebimos vodka, y no recuerdo jamás haber tenido una discusión...con él no habían motivos. Pudieron haber momentos en que nos separamos físicamente, pero nunca dejé ser sentir su amistad sin condiciones.
Años después, él encontró una pareja que lo complementaba completamente y formó una hermosa familia, a la vez que triunfaba laboralmente, mientras yo seguí otros caminos. Vivíamos en distintas ciudades, pero fue él quien siempre trató de preguntar como estaba, y nunca descuidó nuestra amistad. Podrían pensar que yo fui su mejor amigo, yo se que no. Hubieron personas mucho más cercanas a él, pero él se escargaba de hacernos sentir especiales a todos. Cada vez que yo volvía a la ciudad, así como lo hizo su madre años atrás, él nos abría las puertas de su casa, a mi, a mi esposa y a mis hijos. Con él, la generosidad siempre fue completa. Te recibía con los brazos abiertos, y se encargaba de que regreses a tu hogar con todos los cuidados. Era una mística combinación de hermano, padre y amigo.
Ví a su hijo pocas veces, pero reconocí la misma chispa que hizo que él deje huellas. La misma chispa que tenía su madre, que tuvo él y que se transmite en el tiempo. Porque además sus virtudes fueron reforzadas con las de su esposa, quien se convirtió en una hermana más para todos los que lo conocimos.
El amor y la educación, o la falta de ellos, se transmiten y atraen de forma tan vívida! Cuando esas virtudes son tan evidentes, como en este caso, nos dejan lecciones de vida. Había dicho que siempre me sentí especial y bienvenido con él, pero queda claro que el especial no era yo, sino él. Lo único que siento es no haberle podido decir que lo admiraba como a pocos. Descanse en paz.